Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1570
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 17 de noviembre de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 6, 106-109
Tema: Debate sobre la interpelación de los conservadores

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Involuntariamente, Sres. Diputados, había entrado ayer en el examen del programa del partido liberal respecto de las principales cuestiones que hay pendientes ; pero hoy voy a variar de sistema; no voy a deciros nada del programa, porque el programa es bastante conocido, y porque además yo que conozco bien al Sr. Romero Robledo, declaro que el Sr. Romero no buscaba con su discurso el programa del partido liberal, ni buscaba siquiera el criterio que el partido liberal pudiera tener en estas cuestiones más urgentes, sino que lo que buscaba S. S., lo que ha buscado siempre y lo que busca ahora, son contradicciones y diferencias de criterio entre los hombres que pertenecen al partido liberal, para decir que ya no pueden seguir gobernando y que deben dejar el poder al partido conservador.

Esta es, pues, la idea primordial del Sr. Romero Robledo; porque él, que achaca a los demás gran ansia por el poder, es el que la manifiesta mayor.

Así es que, siguiendo con sus fantasías, nos fantaseó aquí una reunión, que suponía dirigida por mí, entre varios prohombres del partido liberal, para determinar el programa, y allá puso en boca de cada cual lo que le pareció conveniente para deducir después que no había programa, y que, por ultimo, habíamos convenido en que no convinimos nada. Y hasta para amenizar aquella reunión fantástica suponía que el Sr. Ministro de Estado del Ministerio anterior nos había sorprendido en aquella misteriosa conferencia para darnos noticias relativas a la mejoría de la salud del Emperador de Rusia, y que le habíamos contestado: "Nos alegramos mucho. Que se alivie".

Pues bien; nada de eso, Sr. Romero Robledo, es exacto. Yo hablé con los amigos que podían tener diferentes puntos de vista en la cuestión arancelaria, no para determinar el programa del partido liberal, que ese viene ya determinado hace tiempo, sino para ver la manera de salir de la dificultad en que la actitud del partido conservador nos ha colocado respecto de nuestras relaciones mercantiles con los demás países. Para eso conferencié con los hombres políticos que dentro del partido liberal podían tener distintas tendencias en esa cuestión: para buscar aquella fórmula que nos sacara del conflicto en que la actitud del partido conservador nos ha colocado; y en aquella conferencia se convino por unanimidad en que no había más camino que el que se ha dado en llamar de la tarifa autónoma. Con ese criterio estuvo perfectamente de acuerdo el Sr. Ministro de Estado del anterior Gabinete, y tanto él como los demás convinimos en que era la única fórmula posible, o más bien que era el mejor camino que podía seguirse para salir de la dificultad en que el partido conservador ponía al partido liberal. Pero [106] el Sr. Romero Robledo, que examina estas cuestiones de un modo singular, que ha tratado ésta con ese desenfado con que S. S. trata las cuestiones más graves, suponía que nosotros nos habíamos reunido para no acordar nada, porque, opinando cada cual de distinto modo, no pudimos venir a un acuerdo y que no hicimos más que transigir; pero ¿con qué motivo y con qué objeto habíamos transigido? Con el objeto de no abandonar el poder los que conferenciaron conmigo. En esto S. S. no hace justicia a los hombres políticos de su país, o, por lo menos, no hace justicia a los hombres políticos del partido liberal; porque yo puedo asegurar a S. S. que la única dificultad que he tenido en la última crisis, ha sido obligar a permanecer en sus puestos a los que se han quedado en el Ministerio, y obligar a entrar en el Ministerio a los que de nuevo han entrado.

He tenido que apelar para eso a su patriotismo. Y es natural, Sres. Diputados; porque, después de haber sido Ministro, aspiración legítima en los hombres que por sus merecimientos han llegado a esa altura, ¿qué puede halagar en el Ministerio? ¿Es que no tiene el que llega a ser Ministro más oficio que el oficio político? ¿Es que se gana en reposo, en tranquilidad, en bienestar de la familia, en intereses y hasta en salud? Pues si hay exposición a perder todo eso, ¿cómo han de tener gusto los que ya han sido Ministros en volver a ocupar este banco? No; el señor Romero Robledo no ha hecho justicia a los hombres políticos, ni al partido liberal, ni siquiera a los hombres políticos de su partido. Verdad es que el Sr. Romero Robledo estaba tan en camino de no hacer justicia a nadie, que también ha cometido una grandísima injusticia con el que en algún tiempo fue correligionario suyo, y todavía sigue siendo su amigo particular. Me refiero a nuestro embajador en París, de quien S. S. no tuvo inconveniente en decir que había venido al Senado a ser representante de los intereses de Francia en España, pagado por el Gobierno español. Su señoría estuvo injusto en esto con el hombre político, y además, permítame S. S. que se lo diga, no estuvo benévolo con el amigo particular.

El embajador de España en París, estando en el Senado, se defendió de los cargos que constantemente se le habían dirigido por el partido conservador, suponiendo que en el modus vivendi que había concertado con la Nación francesa no había sacado todo el provecho que era posible sacar; tuvo necesidad de defenderse contra ese cargo, aunque el Gobierno ya le había defendido, porque no hay nada absolutamente que prive a un representante del país, funcionario público, que ocupa un escaño en el Senado o en el Congreso, del derecho de defender sus actos como tal funcionario, siquiera lo haya defendido antes el Gobierno de S. M. Vino, pues, a defenderse de ese cargo que el partido conservador le hacía, para demostrar que si el embajador de España en París no había sacado mayores frutos del concierto provisional que había celebrado con la República francesa, había sido porque el Gobierno francés creía que el partido conservador había creado tales compromisos que a él le era imposible olvidar. Tenía necesidad de echar sobre el partido conservador la responsabilidad que el partido conservador quería echar sobre él injustamente. Si aquel embajador no pudo obtener mayores ventajas, culpa fue del partido conservador; y eso vino a demostrar el embajador de España, y no a atacar a nadie ni a hacer ninguna otra coca. ¿Significa esto que abandonara los intereses de su país en favor de los intereses de Francia? ¿Puede S. S. por eso decir que el embajador de España en París había sido en el Senado representante de Francia en España para defender los intereses de Francia en España pagado por el Gobierno español? ¡Ah! no. Yo no puedo menos de protestar contra esa afirmación injusta para el embajador y poco benévola para el amigo particular.

Pero si en esto estuvo injusto S. S., todavía estuvo más injusto y, perdóneme S. S. que se lo diga, poco conveniente, en la cuestión de Cuba. Ni el señor Maura presentó las reformas de Cuba, que tanto afectan a los intereses de aquella importantísima región española, con un criterio tan cerrado y tan absoluto que no admitiera aquellas modificaciones, que transacciones patrióticas determinaran por medio de discusiones razonadas y tranquilas en el Parlamento, ni el Gobierno podía negarse a admitir nada de lo que aquí se demostrara que era conveniente y, sobre todo, que podía influir en la unión de los elementos de Cuba, que, aunque separados por ideas políticas, tienen sin embargo una bandera común, que es la bandera de la Patria. Y cuando el Gobierno procura la pacificación y la concordia entre las fuerzas políticas que discuten en este momento con peligrosa vehemencia, lo mismo aquí que en Cuba, los importantes problemas que encierran las reformas, cuando el mismo autor de las reformas ha guardado un secreto y un silencio patrióticos a pesar de las diatribas con que ha sido atacado y de los insultos que se le han dirigido, ¡ah! no me parece conveniente que S. S., para buscar transacciones patrióticas, venga a excitar aquí los ánimos y a levantar las pasiones. (Muy bien.)

No considero prudente que venga S. S. a enconar los ánimos, suponiendo que los partidarios de las reformas puedan tener algo que ver con los que puedan gritar un día, que todavía no han gritado ahora, como S. S. dice, ¡viva Cuba libre! ¿Qué significa eso? ¿Es que S.S. cree que los partidarios de las reformas presentadas tal como están, son enemigos de España? ¿Es que el defender esas reformas quiere decir que están al lado de los separatistas? ¿Es que los partidarios de esas mismas reformas pueden consentir que se unan sus nombres al grito de ¡viva Cuba libre! y ¡viva Maura!? ¿Dónde, cuándo y cómo se ha dado ese grito? (El Sr. Romero Robledo: En todas partes.- Varios Sres. Diputados de la mayoría: En ninguna.)

No se ha dado, no, ese grito, afortunadamente; al contrario, sépalo S. S., se ha gritado ahora ¡viva España! por muchos que hasta ahora no lo habían hecho. (Aplausos en la mayoría.) ¿Qué significa, señores Diputados, unir el nombre de un Ministro español, que podrá equivocarse, como todos nos equivocamos, pero que con recta intención y patriotismo ha presentado unas reformas que cree, en su buena fe, que son las mejores papa acercar a España a muchos que de ella se han separado? (El Sr. Díaz Caneja: Pues está equivocado.) Pues a demostrar la equivocación, a discutir razonadamente; pero no se venga a dirigir el insulto de que el autor de esas reformas pueda tener lazos de ninguna especie con el que no sea amigo de España. (Aplausos en la mayoría.) [107]

Permítame el Sr. Romero Robledo que le diga que ha estado soberanamente injusto, y además verdaderamente inconveniente; que no es así como tenemos que buscar la solución a un problema difícil que a todos nos interesa por igual, porque todos estamos por igual interesados en la pacificación, en la prosperidad y en el bienestar de aquellas ricas y queridas provincias nuestras, tanto más queridas cuanto más separadas están de nosotros.

Luego, ¡qué empeño el de S. S. en dividir en dos las cuestiones de Cuba!: una de principio, consignada en las reformas; otra, la referente a la conducta de la autoridad, para decir que aquella autoridad se separa tanto del cumplimiento de sus deberes como español y como autoridad, que tiene... yo no sé cómo llamarlo, la osadía de abrir sus balcones al grito de ¡viva Cuba libre! y de cerrarlos al grito de ¡viva España!

¡Ah! ¿Puede S. S. probar eso? (El Sr. Romero Robledo: Si.- Varios Sres. Diputados de la mayoría: No, no.- El Sr. Romero Robledo: ¡No lo he de probar!- El Sr. Sánchez Guerra pronuncia algunas palabras que no se perciben.- El Sr. Romero Robledo: Nos pondríamos a discutir lo de Marcos García, y se verá si tengo o no razón). Puesto que S. S. dice que se discutirán pronto, vamos a esperar a que se discutan, para que quede bien demostrado que S.S. ha hablado con datos completamente falsos; que no hay ninguna autoridad española capaz de hacer lo que S. S. supone, con verdadera injusticia, en el gobernador general de Cuba. (El Sr. Romero Robledo: El capitán general lo ha hecho.- Un Sr. Diputado de la mayoría: No es cierto.- El Sr. Sanchís: Y mucho más.- Protestas en la mayoría.)

El hecho de que un periódico lo diga sin prueba ninguna, no debía ser bastante fundamento para formular una acusación semejante. ¿Es esa la manera que tiene S. S. de argumentar en asunto tan grave? Contra un general del ejército español, contra un español, contra una autoridad que tiene en sus manos el mando de una región tan importante como aquella, ¿se puede admitir una acusación semejante sólo porque lo diga un periódico? ¿Qué otro motivo tiene S. S.? Todos los que vienen de Cuba dicen lo contrario, y además es completamente inverosímil que una autoridad haya cometido falta tan inmensa. Después de todo, Sres. Diputados, aunque fuera verdad, no debería decirlo un representante de la Nación española. (Muy bien, en la mayoría.- Fuertes rumores en la minoría conservadora.)

De los telegramas, digo lo mismo. Todo lo que el Sr. Romero Robledo dijo de los telegramas es completamente contrario a la verdad: yo lo declaré bajo mi palabra de honor; yo no he dirigido telegrama ninguno al capitán general de Cuba, y ahora me aseguran que ni el Sr. Gamazo ni el Sr. Maura han dirigido ningún telegrama a aquella autoridad.

A S. S. le basta, con esa manera de argumentar que emplea, que un periódico de oposición mal informado, o con mala intención aunque bien informado, diga una cosa, para con ello combatir al Gobierno y formular las acusaciones más graves y más tremendas; como si el Gobierno pudiera hacerse solidario de lo que digan los periódicos, siquiera sean los periódicos partidarios del Gobierno, porque el Gobierno no puede responder en cuanto a periódicos más que de lo que dice la Gaceta.

Pero sea de ello lo que quiera, ¿qué valor tiene el que un periódico diga con mala intención, o por estar mal informado, o por lo que quiera que sea, que yo he dirigido telegramas al capitán general de Cuba diciéndole: "no tenga usted cuidado, que tiene usted asegurado su puesto", para que el Sr. Romero Robledo venga aquí a hacer cargos al Gobierno, sin más que por el dicho de ese periódico? ¿No tiene S. S. otros medios de información? ¿No comprende S. S. que además no tenía yo para qué decirle nada al gobernador general de Cuba? Pues si a todas las autoridades a quienes se combate tuviera necesidad el Presidente del Consejo de decirles: "No tenga usted cuidado, que por más que sea combatido, usted permanecerá en su puesto", no tendría más ocupación que la de poner telegramas todos los días a todas las autoridades de la Península y Ultramar. Mientras las autoridades cumplen con sus deberes, no tengo nada que decirles, y cuando faltan a sus deberes, y se prueba que han faltado a ellos, yo sólo tengo que decirles una cosa, y es, que presenten la dimisión, o mandar a la Gaceta su destitución.

Entretanto, nada tengo yo que hacer para darles seguridades respecto de su porvenir como autoridades, combátanlas o no las combatan los periódicos o los partidos de oposición.

Y como esto era lo principal que a mi me importaba dejar aclarado, y como no quiero seguir a S. S. en el programa del partido liberal, porque he dicho antes que eso a S. S. no le importa, que lo que le importa es buscar diferencias entre los hombres que lo constituyen, yo voy a decir pocas palabras más.

Diferencias. ¡Ya lo creo que las hay, y puntos de vista distintos en las diversas cuestiones que se presentan para la gobernación de un Estado! ¡Pues no faltaba más sino que las dificultades que se ofrecen se resolviesen todas por un mismo criterio! Esas dificultades se resuelven examinando los diferentes puntos de vista que pueden tener, estudiando las diferentes soluciones y aceptando aquellas que en los momentos y en las circunstancias en que se presentan son más preferibles. Claro está que los Gobiernos, para resolver esas dificultades, necesitan ponerse de acuerdo en los diferentes puntos de vista que pueden tener los Ministros, que son los que constituyen el Gobierno, y por lo tanto, que hay necesidad de armonizar esos diversos criterios que dentro de las tendencias generales de un partido y de su programa general pueden existir. ¿De qué se extraña S. S.? ¿Es que en las diferentes cuestiones que diariamente se presentan aún en la misma oposición, todos piensan de la misma manera? ¿Es que SS. SS. no necesitan discutir para ponerse de acuerdo en todo, por todo y para todo? (El Sr. Romero Robledo : No necesitamos nada.- El Sr. Rodrigáñez: Así va ello.) ¡Dichosos SS. SS., que viven en un reino distinto de este reino de mortales en que vivimos los demás!

Hay diferencias, hay dificultades nacidas de las circunstancias, y por esas dificultades los amigos discuten, se ponen de acuerdo y buscan una solución, una resultante; pero en lo demás, en la idea primordial, en el pensamiento generador del partido liberal, que es el programa con que yo presenté al primer Gobierno, ¡ah! en eso no hay diferencia ninguna; de manera que distráigase S. S. ocupándose en encontrar diferencias entre nosotros; siempre [108] encontrará un perfecto acuerdo en el pensamiento generador del partido liberal, que todos los Ministros unidos, y el Gobierno unido con la mayoría, estamos resueltos a que sea cumplido en todo, pese a quien pese.

No tengo más que decir. (Aplausos.)



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